De Stefano Basilico
Una fecha, un acontecimiento, un personaje que hacen parte de la consciencia colectiva, de la cultura e historia de la mismísima Europa Occidental.
La fecha del 2 de agosto del año 216 a.C. trae el recuerdo de una de las más sangrientas y terribles derrotas padecidas por las legiones de Roma, aniquiladas por la genialidad táctica de Aníbal Barca en el marco de la Segunda Guerra Púnica; encima Amiano Marcelino, el último grande historiador de la literatura latina, concluye la narración de la fatal tarde de Adrianópolis (9 de agosto del año 378 d.C.) afirmando que la aplastante derrota padecida por el emperador Valente fue el peor desastre militar de Roma desde la época de Cannae (Historiae, XXXI, 13.19)


Cannae, la batalla perfecta. Un choque destinado a hacer época, un ejemplo inalcanzable de sabiduría militar a lo largo de los siglos que representa el apogeo de la trayectoria de Aníbal Barca (247-183 a.C.): un personaje único, donde confluyen distintas características. Aníbal es un personaje de enorme fascinación: ya desde la época de la escuela primaria, la narración de la Segunda Guerra Púnica sigue siendo algo que impacta en la imaginación de los niños; su postura firme, de enemigo leal e implacable, y su coraje, le hicieron ganar el respeto – y quizás, el afecto – por parte de todos: y a lo largo de los años, todo esto pudo confirmarse con la profundización de los estudios y lecturas.
En primer lugar, es uno de los más grandes generales de la historia. Genial táctico en el campo de batalla, que sabía interpretar tal como un tablero de ajedrez, pero también excelente estratega; su mirada muy amplia, en una perspectiva profunda y totalmente enfocada en el interés de su Ciudad (de su prosperidad y poderío), hizo de él un grande estadista. La Batalla de Cannae (2 de agosto del año 216 a.C.) es la máxima expresión de su genialidad táctica; una victoria aplastante: el cerco y aniquilación del enemigo.
La construcción del triunfo, cuidadosamente planeado: una línea sutil de mercenarios galos y ligures, de frente, desplegada como en un arco conveso; en los dos lados, los veteranos más experimentados: la flor y nata de la infantería cartaginesa, los más fieles y comprometidos con los planes de su comandante, a formar los dos brazos de un alicate; finalmente la caballería, dividida en dos grupos (de diferentes tamaños), que después de haber derrotado a los jinetes enemigos remata la faena tomando por la espalda las legiones romanas, en aquella fase ya involucradas en una lucha agotadora, completando el cerco.

Por lo tanto, la victoria de Cannae fue el producto de una táctica novedosa: todo aparentemente muy simple, pero algo nunca jamás visto antes y que posteriormente (a lo largo de los siglos y milenios) representó al mismo tiempo un modelo y una pesadilla para los comandantes militares de todas la naciones, con el sueño de repetir una hazaña que parecía imposible realizar nuevamente.
Dicho sea de paso, el sueño se hizo realidad en la Primera Guerra Mundial: la táctica del cerco había sido en décadas la brújula de la Academia Militar Prusiana (Preußische Kriegsakademie), cuya máxima expresión fue el denominado «Schlieffen-Plan». El famoso plan, elaborado por el Conde Alfred von Schlieffen (1833-1913), Comandante en jefe del Estado Mayor del Segundo Imperio Alemán, se inspiraba concretamente en la genial maniobra de Aníbal en Cannae. Y si el ‹‹Schlieffen-Plan›› propiamente dicho fracasó en el oeste (debido a la incertidumbre y falta de valentía de los altos grados del Ejército Alemán, indignos herederos de Von Moltke “el Viejo” y del mismísimo Schlieffen), en el frente de la Prusia Oriental el Mariscal Paul von Hindenburg logró una aplastante victoria frente a los Rusos en la zona de los Lagos Masurianos, justo aplicando la táctica del acorralamiento. Desde luego, la Batalla de Tannenberg (26-30 agosto del 1914) ha sido interpretada como “las Cannae del Siglo XX”.
Pero, volvemos a Aníbal. Un intérprete del arte militar que propuso – en adelanto de milenios – la intuición del principio que quedó inmortalizado por von Clausewitz en el siglo XIX: «La guerra es la continuación de la política por otros medios». La guerra como herramienta política: el mismo concepto que planteó Aníbal, siglos y siglos antes del famoso general prusiano; un principio puede demasiado moderno para su época, que sus contemporáneos no lograron comprender: y que – a pesar de que pueda sonar a paradoja – ni sus mismísimos conciudadanos decidieron apoyar, empezando por los Sufetos y Senado Cartaginés.



El genial plan estratégico de llevar la guerra en casa del enemigo, llegando por donde nadie hubiera esperado verle aparecer y después de una larga marcha. Sin duda, una planeación que siguió al análisis de las fases y acontecimientos de la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.): podría especularse que el objetivo de Aníbal no fue la aniquilación del adversario sino el intento de reestablecer algo como un «status quo ante»; reafirmar la potencia de Cartago frente a Roma y aplicando luego el principio de la división del mundo en dos “esferas de influencia”, donde las armas hubieran vigilado el respeto de tratados y acuerdos políticos y económicos. Dicho sea de paso, cabe destacar que todo esto encaja con el alma básicamente mercantil de la política cartaginesa.
Visión estratégica: llegar en Italia a través de los Alpes con un ejército completo, perfectamente equipado y entrenado y también con 38 elefantes de guerra, después de haber salido desde «Cartago Nova» (hoy Cartagena, en España); llegar en Italia, derrotar al peor enemigo que su Ciudad tuvo a lo largo de su historia en batallas campales, hacer dudar el mundo de la solidez de Roma afectando así su sistema de alianzas: alejar los «Socii» de la Urbe que con sus poderosas legiones se había progresivamente apoderado de la península itálica. Una visión puede demasiado moderna, en primer lugar para sus compatriotas más allá de sus enemigos: tal como bien se sabe, su proyecto estratégico no pudo realizarse.
En cualquier caso, la «Urbs» seguía teniendo recursos; a pesar de todo, después de haber sido derrotados – y de manera sangrienta – en varias ocasiones, nunca jamás los Romanos se hubieran sentado alrededor de una mesa, pactando la paz: algo totalmente ajeno a su mentalidad y postura. Sin embargo, para acabar con este terrible adversario, Roma tuvo que confiar el mando de sus a tropas a un general capaz de aprovechar las mismísimas enseñanzas de su enemigo: Publio Cornelio Escipión (236-183 a.C.), que ya muy joven logró salvar la vida de su padre en la batalla del Río Tesino, decidió igualmente llevar la guerra a África: forzando así el Senado cartaginés a llamar de urgencia el ejército de Aníbal desde Italia para defender la Patria amenazada; además, supo gestionar sus tropas (y sus distintas componentes) tal como pudo aprender estudiando su enemigo: en Zama (19 de octubre del año 202 a.C.), donde sobre todo fue clave el papel de la caballería – tal como fue en Cannae décadas antes – llegará la hora del «redde rationem»: pero esta es otra historia…

Entre las más destacadas fuentes histórico-literarias sobre las Guerras Púnicas, los libros de la Historia de Roma ‹‹ab Urbe condita›› de Tito Livio; concretamente, la descripción de la Batalla de Cannae es una de las más elevadas cumbres artísticas de la obra del grande historiador patavino (XXII, 34-52).
A lo largo de su narración, Tito Livio parece revivir los mismísimos acontecimientos de la ‹‹Urbs››, sumergiéndose en ellos como en una “metempsicosis”: al acabarse de los libros de la guerra anibálica, afirma de estar agotado – anímica no menos que fisicamente – tal como si hubiera tenido que luchar con los suyos en años, desde el Rio Tesino hasta Zama (‹‹ab Urbe condita››, XXXI, I, 5). El hombre, antes que el historiador, se queda parado, atónito, delante al espectáculo – digno del Infierno dantesco – de la llanura del rio Aufidio el día después de la terrible ‹‹pugna››; su mirada enmudecida – y dolorosa – nos restituye integralmente la espantosa dimensión y horror del drama: humano y militar (XXII, 51).
‹‹Postero die ubi primum inluxit, ad spolia legenda foedamque etiam hostibus spectandam stragem insistunt. Iacebant tot Romanorum milia, pedites passim equitesque, ut quem cuique fors aut pugna iunxerat aut fuga; adsurgentes quidam ex strage media cruenti, quos stricta matutino frigore excitaverant vulnera, ab hoste oppressi sunt quosdam et iacentes vivos succisis feminibus poplitibusque invenerunt nudantes cervicem iugulumque et reliquum sanguinem iubentes haurire; inventi quidam sunt mersis in effossam terram capitibus quos sibi ipsos fecisse foveas obruentesque ora superiecta humo interclusisse spiritum apparebat. Praecipue convertit omnes subtractus Numida mortuo superincubanti Romano vivus naso auribusque laceratis, cum manibus ad capiendum telum inutilibus, in rabiem ira versa laniando dentibus hostem exspirasset.››
[Al día siguiente, tan pronto como amaneció, se dedicaron a reunir el botín sobre el campo de batalla y contemplar la carnicería, que era un espectáculo horrible incluso para un enemigo. Todos aquellos miles de romanos yaciendo allí, revueltos infantes y jinetes según la suerte les había unido en el combate o en la huida. Algunos, cubiertos de sangre, se levantaron de entre los muertos a su alrededor al molestarles sus heridas por el frío de la mañana, y a los que el enemigo dio rápidamente fin. Hallaron a algunos tumbados, con los muslos y corvas acuchillados pero todavía vivos; ofrecían estos sus gargantas y cuellos y les pedían que les drenasen la sangre que aún quedaba en sus cuerpos. Encontraron algunos con las cabezas enterradas en la terra, habiéndose ahogado evidentemente ellos mismos haciendo hoyos en la terra y amontonando la terra sobre sus rostros. Lo que atrajo más la atención de todos fue un númida que fue arrastrado con vida de debajo de un romano muerto, cruzado sobre él; sus oídos y nariz estaban arrancados, pues el romano, con las manos demasiado débiles para empuñar la jabalina y en medio de su loca rabia, se las arrancó con sus dientes expirando al hacerlo.]

En fin, tal como ya se comentó, la de Anibal fue una visión demasiado moderna: pero, a pesar de que pueda sonar a paradoja, encima escasamente comprendida en siglos posteriores, cuando Aníbal ha sido tradicionalmente criticado por no haber sido capaz de cosechar los frutos de sus victorias, acabando definitivamente con sus enemigos. Una crítica donde – a lo largo de los milenios – resuena tradicionalmente el eco de las palabras de Maharbal, el comandante de la caballeria cartaginesa, según relatado por Tito Livio (XXII, 51):
‹‹Hannibali victori cum ceteri circumfusi gratularentur suaderentque ut tanto perfunctus bello diei quod reliquum esset noctisque insequentis quietem et ipse sibi sumeret et fessis daret militibus, Maharbal praefectus equitum minime cessandum ratus, “Immo, ut quid hac pugna sit actum scias, die quinto inquit victor in Capitolio epulaberis. Sequere; cum equite, ut prius venisse quam venturum sciant, praecedam.” Hannibali nimis laeta res est visa maiorque quam ut eam statim capere animo posset. Itaque voluntatem se laudare Maharbalis ait; ad consilium pensandum temporis opus esse. Tum Maharbal: “Non omnia nimirum eidem di dedere: vincere scis, Hannibal, victoria uti nescis.” Mora eius diei satis creditur saluti fuisse urbi atque imperio.››
[Los demás rodeaban a Aníbal felicitándolo por la victoria y le aconsejaban que después de dar término a una guerra de tal calibre se tomase él y les concediese a los soldados, agotados, lo que quedaba de día y la noche siguiente para descansar; entonces Maharbal, prefecto de la caballería, convencido de que no se debía perder ni un instante, dijo: «Al contrario; para que sepas lo que se ha jugado en esta batalla, dentro de cinco días celebrarás la victoria con un banquete en el Capitolio. Sígueme; yo iré delante con la caballería para que antes se enteren de que hemos llegado que de que vamos a llegar». A Aníbal le pareció una idea demasiado optimista y de más alcance de lo que podía asimilar así de pronto. Por tanto, dijo que alababa la voluntad de Maharbal, pero que para sopesar la propuesta se requería tiempo. [4] Maharbal replicó: «La verdad es que los dioses no se lo conceden todo a una misma persona. Sabes vencer, Aníbal; no sabes aprovechar la victoria». Hay bastantes razones para creer que aquel día de retraso fue la salvación de Roma y de su imperio.]
Una crítica no merecida: la mismísima Cartago era una ciudad poderosamente amurallada, y Aníbal – sabedor de su total carencia de maquinaria para realizar el cerco de una ciudad como Roma – tuvo que darse perfectamente cuenta de la imposibilidad de asaltar directamente la capital enemiga, así como queda clarísimo que el ejército cartaginés no era suficiente para realizar esta tarea. Además, la batalla del Río Metauro (22 de junio 207 a.C.), donde quedó aniquilado el ejercito que Asdrubal habia trajido de Espaňa con el objetivo de reunirse con su hermano (tropas que concretamente representaban el único – y último – recurso que quedaba a Anibal), de hecho sentenció el conflicto.


En cualquier caso, más allá del desarrollo militar de la larguísima Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.), pueden identificarse dos elementos que impidieron que la estrategia de Aníbal fuera exitosa:
- los «Socii», en larguísima mayoría, no se alejaron de Roma y el sistema de las alianzas quedó firme; por lo tanto, no hubo crisis política ni Aníbal pudo obtener recursos y apoyo por las poblaciones itálicas: los pocos casos de abierto desafío a la potencia de Roma, confiando en Aníbal (paradigmático el caso de la ciudad de Capua), fueron objeto de una terrible e inexorable venganza. Dicho sea de paso, puede resultar impactante – y digno de análisis – el hecho que, menos de un siglos después, aquellos mismos «Socii» no dudaron en luchar contra Roma en el denominado «Bellum Sociale»: literalmente, la “Guerra de los Aliados” (91-88 a.C.).
- el principio de la división del mundo, planteando una política de “esferas de influencia” en equilibrio económico, militar y político entre ellas, era un concepto ajeno a la lógica de la época.
En conclusión: no cabe duda que además de uno de lo más geniales comandantes militares de la historia y brillante estratega, Aníbal Barca ha sido una grande figura de estadista: sin embargo, mascroscópicamente por delante de su tiempo (en milenios). Además, pensando en atribuirle un error, tal como ya se ha comentado anteriormente no supo comprender y valorar en pleno un elemento de psicología (individual y colectiva) de sus adversarios: después de haber sido reiteradamente derrotados – y de manera sangrienta – en varias ocasiones, nunca jamás los Romanos se hubieran sentado alrededor de una mesa, pactando la paz. Y con mayor razón después del desastre de Cannae…
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