Un día como hoy: 11 de noviembre 1940. La noche de Tarento

Artículo di Stefano Basilico

Operación «Judgement»


“Todos los faisanes están en el nido”

Así comentó el almirante Andrew Cunningham, comandante en jefe de la Mediterranean Fleet británica, la noticia que por la tarde de aquel 11 de noviembre también el último acorazado italiano había fondeado las anclas en el puerto de Tarento. Todo estaba listo para el ataque.

Concretamente, en el principal puerto militar sureño de Italia estaba reunida prácticamente toda la Armada Italiana, en aquel momento totalmente involucrada en la participación a la campaña de Grecia: además de todos los acorazados de la Regia Marina Italiana (Andrea Doria, Caio Duilio, Conte di Cavour, Giulio Cesare, junto a los flamantes Vittorio Veneto y Littorio) en el fondeadero estaban anclados nueve cruceros y varios torpederos.

Pero, ¿de qué ataque estamos hablando? ¿y porqué? Desde luego fue un ataque conducido de una manera totalmente novedosa, y destinado a dejar huella en la historia de la táctica aeronaval.

Demos un paso atrás: la acción de la denominada “Noche de Tarento” tiene que ser analizada en el marco más amplio de la fuerzas navales que iban enfrentándose en esta fase tempranera de la Segunda Guerra Mundial; y también considerando el legado del Tratado Naval de Washington (1922), firmado por las naciones ganadoras de la Primera Guerra Mundial en el intento de evitar una carrera armamentista entre ellas, que llevara a otra contienda.  

Sin embargo, a lo largo del periodo post bélico la situación siguió evolucionando de manera más compleja. No olvidemos que, a pesar de que pueda sonar a paradoja, las Naciones anteriormente aliadas en el bando de la Entente serán enemigas entre ellas en el siguiente conflicto: por ejemplo, Japón/EEUU e Italia/Inglaterra).

Dicho sea de paso, también en lo que se refiere a Alemania – a pesar de la paz “al estilo cartaginés” que tuvo que aceptar en Versailles – a partir del año 1929 en la República de Weimar fueron construidos por la Reichmarine buques de nueva concepción, todos con un desplazamiento estándar de 10.000 toneladas y armados con 6 piezas de 280 mm en torretas triples; buques poderosos y veloces, posteriormente denominados “acorazados de bolsillo” (pocket battleships): entre ellos el más famoso fue el Admiral Graf Spee, protagonista de la Batalla del Rio de la Plata (13 de diciembre de 1939); posteriormente, iban a construirse los nuevos cruceros de batalla Scharnhorst y Gneisenau y finalmente los poderosos acorazados Bismarck y Tirpitz.  

Inglaterra seguía con una Armada poderosa: a pesar de que la botadura del HMS Dreadnought (1906) – primer acorazado monocalibre de la historia – supuso una auténtica revolución (técnica y doctrinaria), con consecuente inmediata obsolescencia de todas las flotas del mundo y acabando con el hasta entonces inquebrantable dogma británico del denominado “two power standard”, los buques de la Royal Navy permanecían dueños del Océano Atlántico, Mar del Norte y Mar Mediterráneo (a pesar de la amenaza representada por los U-boote, antes de la Kaiserliche Marine y luego de la Kriegsmarine). Acorazados y cruceros veteranos de la Primera Guerra Mundial (muchos de ellos también protagonistas de la Batalla del Skagerrak, 31 de mayo 1916), con poderosa artillería, pero también otros más modernos.

Una Armada poderosa y muy bien equilibrada, según la mejor tradición de la Royal Navy: además, sobre todo cabe destacar que Inglaterra creyó mucho en el poderío aeronaval, impulsando la construcción de portaviones y entrenando a tope la coordinación entre las distintas componentes de las escuadras en navegación. Una apuesta acertada, totalmente: la Segunda Guerra Mundial certificó por completo la prevalencia del avión en los enfrentamientos navales; incluso, hubo ocasiones en las que las armadas enemigas ni siquiera llegaron a entrar en contacto (Batalla de las Islas Midway, 4-7 de junio 1942), mientras que en otros escenarios la presencia o ausencia de aviones tuvo un papel clave: paradigmático, respectivamente, el caso del hundimiento del Bismarck en Océano Atlántico (27 de mayo 1941) y del HMS Prince of Wales en el Mar de Malaysia, junto al HMS Repulse (10 de diciembre 19141).   

En el caso de Francia, la renovación de la Armada después de la Primera Guerra Mundial resultó condicionada en relación por un lado al crecimiento de la nueva flota alemana, por el otro a la politica naval de la Regia Marina Italiana a través de los aňos ’20 y ’30. La Marine Nationale empezó así una carrera que vió la botadura de los cruceros clase “Tourville” y clase “Duquesne”, los cruceros de batalla clase “Dunkerque”, los acorazados clase “Provence” y finalmente los poderosos acorazados Jean Bart y Richelieu.

Después de la fase tempranera de la Segunda Guerra Mundial (otoňo-invierno 1939/1940: la denominada «drôle de guerre», con la invasión de Polonia y luego el conflicto entre Finlandia y Unión Soviética), en el mes de mayo de 1940 la invasión alemana de Francia marcó una repentina aceleración. La rapidísima – y totalmente inesperada – rendición gala (22 de junio 1940) supuso un cambio total de los equilibrios navales, sobre todo en el Mar Mediterráneo: Inglaterra tuvo que enfrentarse con la posibilidad de que Alemania pudiera apoderarse de los buques de la Marine Nationale. En este caso, el efecto de las escuadras francesas e italianas unidas en el bando del Eje enfrentándose a la Royal Navy dibujaría un escenario de auténtica pesadilla en las orillas del Tamesis.

La incertidumbre sobre el destino de la Armada Francesa produjo una respuesta británica caracterizada por un pragmatismo absoluto, una postura coherente con su tradición naval a lo largo de los siglos: todo “al estilo Copenhague”, y muy “nelsoniano”. En el día 3 de julio 1940, ya por la tarde y al fracasar las conversaciones entre los Almirantazgos, se desarroló la denominada “Operación Catapult”: los acorazados HMS Valiant y HMS Resolution junto al crucero de batalla HMS Hood (buque insignia, bajo el mando del almirante Lancelot Holland), también escoltados por el portaviones HMS Ark Royal, atacaron la flota francesa anclada en la rada argelina de Mers El-Kebir: además de un grupo de destructores, estaban en el fondeadero los acorazados Provence y Bretagne, los cruceros de batalla Dunkerque y Strasbourg y el portahidroaviones Commandant Teste; entre ellos, solamente el Strasbourg pudo zarpar y escapar a la matanza, llegando el día siguiente a Toulon con daňos menores. Además, la Royal Navy remató la faena algunos días después: el 8 de julio, gracias a un ataque con aviones torpederos lanzados desde el HMS Hermes,los ingleses lograron torpedear el modernísimo acorazado Richelieu, en el puerto senegalés de Dakar.

Cabe también destacar el significado “político” de estos ataques: casi un mensaje transversal preventivo a Francisco Franco, de cara a la posibilidad de que Espaňa se aliara con las Naciones del Eje: en este caso, queda clarísimo que la posición de Gibraltar (verdadero cerrojo del Mediterráneo), hubiera peligrado de inmediato;  por lo tanto, fue una advertencia tajante: reafirmando el control británico sobre el Mar Mediterráneo.  

La política naval italiana, después de la Primera Guerra Mundial, fue caracterizadas por distintas fases también un poco incoherentes entre ellas. Por un lado, después del enfrentamiento con la Armada Austrohúngara quedó la sensación que la época de los acorazados había acabado, siendo necesario impulsar la aviación y el arma submarina; por el otro, las polémica y los celos entre los mandos militares afectaron la posibilidad de seguir con una visión más moderna. En breve, dos elementos impidieron a la Regia Marina Italiana de construir una Armada que estuviera a la altura:

1) referirse sistemáticamente a Francia como enemigo, en la perspectiva de los proyectos y botadura de buques, sin tener en cuenta que el verdadero adversario de referencia a considerar hubiera sido la Royal Navy;

2) descartar la construcción de portaviones (renunciando así a la componente aeronaval), sobre la base de un asioma totalmente equivocado: que la mismisima Italia, debido a su posición geográfica, fuera un gigantesco y poderoso portaviones.

Además, se decidió abandonar el proyecto de los acorazados clase “Caracciolo (buques que hubieran podido enfrentarse de manera adecuada con los homólogos británicos): optando por modernizar los más anticuados clase “Duilio” y clase “Cavour”, totalmente a medida de los homólogos franceses. Posteriormente, se tomó la decisión de construir una nueva serie de cuatro acorazados, los clase “Littorio”: veloces y poderosamente armados, totalmente adecuados al escenario del Mar Mediterráneo. Además se decidió de construir y botar una larga serie de cruceros: entre ellos, por ejemplo, los clase Condottieri, clase Zara, clase Trento y clase Cadorna. Por lo tanto puede concluirse que – a pesar de estar clasificada entre las más poderosas del mundo – la Regia Marina Italiana padecía los defectos de una flota poco equilibrada y parcialmente disohomogénea.

El papel clave de la carencia de un portaviones quedó patente en la Batalla de Punta Stilo (9 de julio 1940): la escuadra italiana, de vuelta después de haber desempeňado la tarea de escolta a un grupo de buques mercantes con vitales suministros destinados al frente líbico (la denominada “cuarta orilla”) fue sistemáticamente chequeada y atacada por los aviones ingleses de la Mediterranean Fleet, bajo el mando del almirante Andrew Cunningham. Al avistarse mutuamente las escuadras, en el crucero HMS Neptune subió la señal de aviso “flota enemiga en vista”: por primera vez, en el escenario del Mar Mediterráneo, después del día de la Batalla de Cabo de Trafalgar. Un combate donde en principio se enfrentaron los cruceros, y luego los acorazados: el choque, en su fase principal, de hecho acabó cuando el Giulio Cesare (buque insignia italiano, almirante Inigo Campioni) fue alcanzado por un disparo del HMS Warspite (buque insignia inglés) desde larguísima distancia.

Siguiendo el conflicto, y en la perspectiva de seguir igualmente con el control del Mediterráneo (que se basaba en tres elementos: las bases de Gibraltar y Alejandría de Egipto, además de la Isla de Malta en una posición totalmente estratégica, que tenía que ser abastecida y defendida a cualquier coste), en Londres se retomaron planes ya dibujados en el momento de la aguda crisis que acompaňó la Guerra Italo-Etíope a mitad del aňos ’30, con el objetivo de daňar la Flota Italiana.

Los planes siguieron evolucionando y perfecionándose, hasta que se llegó a su forma definitiva. Concretamente, el ataque había sido cuidadosamente planeado por el mismo Cunningham en colaboración con el contralmirante Lyster, experto en táctica aeronaval, con el objetivo de dejar fuera de combate a los principales buques enemigos en el Mediterráneo. En principio, la acción había sido planeada para el día 21 de octubre (auténtica “fecha sagrada” de la Royal Navy: el aniversario de la Batalla de Cabo de Trafalgar): sin embargo, tuvo que postergarse debido a averías técnicas en un portaviones y quedó definitivamente programada para el día 11 de noviembre.

El ataque – con dos oleadas de 12 y 8 aviones respectivamente, lanzados desde el portaviones HMS Illustrious – tuvo pleno éxito, pillando la Armada Italiana completamente por sorpresa. Ya por la noche, el fondeadero quedó iluminado de repente por el lanzamieento de bengalas: a pesar del intenso fuego de ametralladoras y artillería antiaérea (en aquella noche se dispararon millares de proyectiles), los biplanos británicos bajaron en fila, buscando cada uno su objetivo: en el primer ataque (a las horas 23.15) un torpedo alcanzó el Conte di Cavour (produciendo un daňo irreparable: el buque nunca jamás pudo recuperarse) y otros dos el Littorio; los aviones de la segunda oleada (que llegaron a las horas 23.50) lograron torpedear el Caio Duilio, y por tercera vez el Littorio. Además, quedaron dañados por bombas el crucero pesado Trento y el destructor Libeccio.

Un amanecer lívido despejó la tinieblas el día siguiente, dejando a la vista un espectáculo estremecedor; la pluma magistral de Gianni Rocca nos restituye en pleno todo el agobio de una atmósfera plúmbea:

«il Mar Grande è un cimitero di corazzate»
[el Mar Grande es un cementerio de acorazados].

Mientras tanto, los buques que quedaron indemnes ya habían zarpado con rumbo al norte, buscando refugio en los puertos norteños, alejados de la amenaza inglesa.

La incursión de Tarento supuso un cambio definitivo de los equilibrios en el escenario bélico naval del Mar Mediterráneo en la Segunda Guerra Mundial: aún más teniendo en cuenta la imposibilidad por parte de Italia de reemplazar los buques que se perdieran, el resultado fue una postura extremadamente cautelosa en las salidas de las escuadras. Incluso el mismo Gianni Rocca insinúa que el intento de preservar la flota intacta también significaba quedarse con una pieza importante que jugar en la mesa de futuras negociaciones de paz: en un futuro quizás no demasiado lejano, pues el espejismo de la “guerra relámpago” y de una fácil y rápida victoria ya había cedido el paso a perspectivas de dolorosa incertidumbre. ¿Quién sabe?

Técnicamente, cabe destacar que un ataque con torpedos era una eventualidad que el Estado Mayor de la Regia Marina Italiana no había previsto, creyendo que la poca profundidad del puerto de Tarento era suficiente garantía de defensa para la flota. Además, este ataque fue estudiado con mucho cuidado por los Altos Mandos del Almirantazgo Japonés, en la fase preparatoria a la acción de Pearl Harbor, en las Islas Hawái, confirmando la posibilidad concreta de realizar un ataque aeronaval contra una flota enemiga en su mismo puerto.

Retrospectivamente, la Noche de Tarento fue denominada “la Pearl Harbor italiana”; sin embargo, cabe destacar una macroscópica diferencia: la incursión de Tarento fue un acto bélico entre dos naciones beligerantes, mientras el ataque a Pearl Harbor (7 de diciembre 1941) fue a traición, antes de la declaración de guerra entre Japón y EEUU.

Desde luego, podría decirse que la acción en las Islas Hawái fue todo muy “al estilo japonés”, coherente con algo que ya había pasado antes: justo en vísperas del conflicto rusojaponés de 1904/1905, todavía sin declaración de guerra, en la noche del 8 de febrero 1904 un grupo de lanchas torpederas niponas atacaron proditoriamente la Flota Rusa del Pacífico, anclada en el fondeadero de Puerto Arturo, dañando el crucero Pallada y los acorazados Tsesarévich (buque insignia) y Revitzán.


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