Invitación a la lectura – Santiago Posteguillo

di Stefano Basilico


La Trilogia de Trajano

  1. Los Asesinos del Emperador
  2. Circo Máximo – La ira de Trajano
  3. La Legión Perdida

En el día 18 de septiembre del año 53 d.C. nacía en la ciudad de Itálica, en la Bética (hoy Santiponce – Sevilla, España), Marco Ulpio Trajano: el emperador más grande de la historia de Roma. Nacido en la Bética, de una familia de origen turdetano (con enlaces con una familia de antiguos colonos itálicos) fue concretamente el primer emperador “provincial”.

Una figura y personalidad compleja, que conserva incorrupta una enorme fascinación a lo largo de los siglos; una figura y “pieza clave” de la historia del Imperio, en un periodo crucial de su trayectoria: desde el ocaso de la Dinastia Julio-Claudia a la época de los denominados “emperadores adoptivos” (es decir el cenit económico, social y militar de Roma imperial), a través de la epoca de Vespasiano, Tito y Domiciano.  

No por casualidad, este es el mismo arco temporal donde se desarrolla la narración de Santiago Posteguillo: su Trilogía, además de ser una lectura muy agradable y capaz de enganchar literalmente el lector, representa una formidable herramienta para conocer mejor este personaje, profundizando su perfil personal, militar y político en el esfondo de su época.

Santiago Posteguillo es un maravilloso autor de “novelas históricas”; sus obras son entre los mejores paradigmas de este género literario, que parece proponer una valiosa síntesis de las categorias literarias propuestas por Aristóteles en la “Poética”: identificadas tal como «historia» y «poesía». En un sentido más amplio del término, la palabra poesía podría interpretarse como referida a una producción literaria artística en general.

Así el Estagirita:

«La misión del poeta no es tanto contar las cosas que realmente han sucedido cuanto narrar aquellas cosas que podrían haberlo hecho de acuerdo con la verosimilitud o la necesidad. El poeta y el historiador se distinguen en que el historiador cuenta los sucesos que realmente han acaecido, y el poeta los que podrían acaecer. Por eso la Poesía es más filosófica que la Historia y tiene un carácter más elevado que ella, ya que la Poesía cuenta sobre todo lo general, y la Historia lo particular» [Poética, IX, 1451b].

Justo en el párrafo anterior, Aristóteles destaca que la distinción no es simplemente escribir en versos o en prosa: afirmando, como paradoja, que si Heródoto hubiera escrito en poesía seguiría siendo un historiador, en cualquier caso.

Desde luego, cabe subrayar que ya en la Edad Antigua encontramos obras literarias que reflejan un intento de «crasis»: Marco Anneo Lucano, grande poeta latino de la época de Nerón, escribió un poema épico (la “Farsalia”) cuyo tema es la guerra civil entre Julio César y Cneo Pompeyo. Lucano en este caso hizo también algo parecido a una síntesis: historia, tema de epos… 

Ahora, la novela histórica como moderna síntesis entre los dos géneros literarios: una producción artística, donde personajes “verdaderos” (es decir históricos) viven y actuan codo a codo con otros, fruto de imaginación del autor pero “verosímiles” en el escenario histórico, político y social de la época. Queda evidente que todo esto requiere al autor un estudio y profundizaje previo muy cuidadoso: histórico, no menos que literario.  

Desde luego lo que impacta muchísimo, en la obra de Posteguillo, ya desde el principio, es la grandísima rigurosidad de la tratación/narración en el respeto de los acontecimientos históricos, que lleva el lector a sumergirse en la época; además, destaca la gran capacidad “artística” en el escribir y en la descripción de los personajes, física no menos que psicologicamente, y de los ambientes: desde los palacios y templos a las casas particulares en la mismísima Roma, así como las noches en las orillas del Rin, los valles cubiertos de nieve de Dacia o las llanuras de Mesopotamia.   

Posteguillo nos lleva al recorrido de la trayectoria de Marco Ulpio Trajano a lo largo de su vida – con el Imperio Romano en el esfondo: aquel Imperio que justo bajo su mando alcanzará su máxima expansión territorial – y hasta los acontecimientos que siguieron su fallecimiento: que ocurrió en el día 8 de agosto del 117 d.C. en Selinus, Cilicia (hoy Gazipaşa, Turquía), de vuelta desde la victoriosa campaña mesopotámica.

Bético de origen, no fue solamente el primer emperador no nacido en Italia; además, fue también el primer “emperador adoptivo”. Concretamente, la práctica de la adopción fue estrenada por Marco Coceyo Nerva: al acabarse de la pesadilla del periodo de Domiciano (uno de los emperadores que merecieron la «damnatio memoriae», así como –  antes de él – Calígula y Nerón), el anciano senador indicó como su heredero Marco Ulpio Trajano, que en aquella época estaba al mando de las legiones desplegadas en las orillas del Rin (en «Mogontiacum, Germania superior»: hoy, Maguncia, Alemania).

La práctica de la adopción supuso un cambio epocal en la política e historia del Imperio: desde luego, quedaba clarísimo, al acabarse las series de emperadores de las dinastías Julio-Claudia y Flavia, que ya no era posible dejar la dignidad imperial (es decir la tarea y responsabilidad de guiar el Imperio) al azar de la descendencia familiar.

Esta elección representó un éxito, totalmente; tal como nos relata con precisión Cornelio Tácito – el máximo historiador de la literatura latina – Nerva y Trajano fueron emperadores que supieron conciliar «res olim dissociabiles […] principatum ac libertatem» (La vida de Agrícola, capítulo III). 

Marco Ulpio Trajano fue no solamente un excelente estratega militar (el mejor, después de Julio César), sino también capaz administrador y reformador del estado, e intérprete de una diplomacia muy sagaz hacia los demás estados, imperios y pueblos (desde Gibraltar hasta el Oriente Lejano, desde Armenia a Caledonia,  desde el Rin al Nilo, desde el Danubio a Numidia). 

En lo que se refiere a sus “obras civiles”, el paradigma es la dicha «Institutio Alimentaria»: creada en el año 114 d.C. por Trajano en favor de los niños de Italia; de hecho, debido a las guerras, muchos niños sufrían hambre y el Emperador decidió sacar de su patrimonio personal las sumas necesarias para garantizar un porvenir tranquilo a centenares de niños necesitados, legítimos e ilegítimos, sobre todo del campo.

Trazas históricas del advenimiento quedan talladas en el Arco de Trajano en Benevento (ciudad en el sur de Italia) donde está representada la escena de la distribución de víveres a los niños pobres a través de esta institución. 

Destaca también su postura, en el manejo de asuntos ideológicos y religiosos, sobre todo en lo que se refiere al cristianismo que iba difundiéndose progresivamente en el Imperio. Como puede leerse en el intercambio de cartas con Plinio el Joven, enviado como embajador en la provincia oriental de Bitinia, la indicación fue de dejar libertad de culto y reunión: hasta que las prácticas religiosas no pudieran representar un peligro o un daño para la seguridad del Imperio; en caso contrario, el emperador escribió algo tajante, que no dejaba ninguna duda: «puniendi sunt». Además, el emperador dejó muy claro que no debían considerarse las denuncias anónimas como base para someter alguien a un juicio.

Todo esto encaja en el marco más amplio de su suprema interpretación política, cuya brújula era el “bien del estado”: es decir el interés común, el bien de la «res publica», mucho más allá de codicias y miserias individuales, egoísmos, servilismo, corrupción y beneficios particulares. En extrema síntesis, el ejercicio del poder, como servicio para el estado: esta fue la altísima concepción política de Marco Ulpio Trajano.

En el desarrollo de esta concepción, expresión de una ética profunda basada sobre los conceptos laicos de «virtus», «fortitudo», «honor», «disciplina», «fides», tuvo sin duda un papel clave el ejemplo y educación de la figura paterna: Trajano padre, ya colega de Cneo Domicio Corbulón al mando de las legiones en Syria en la epoca de Nerón y luego «legatus» en la campaña de Palestina bajo Tito Flavio Vespasiano, representó una invaluable guía moral y espiritual para el futuro emperador.

El itinerario militar de Marco Ulpio Trajano está sellado por los lemas inscriptos en las monedas cuñadas en ocasión de sus triunfos: «Germania pacata», 98 d.C.; «Dacia victa», 102-105 d.C.; «Armenia Mesopotamiaque redacta in potestate Populi Romani», 117 d.C.: el último triunfo, póstumo, fue decretado por Publio Elio Adriano, sobrino y sucesor del emperador.

Pero hay más, mucho más; Trajano, emperador del 98 al 117 d.C., no solamente llevó el imperio a su máxima expansión territorial; en realidad, su mejor legado está representado por el dicho “siglo de oro” del Imperio Romano. Concretamente, el periodo entre el siglo I y II d.C. corresponde al cenit del Imperio: es decir el período de máxima extensión geográfica, estabilidad social, política y económica, no menos que el apogeo desde el punto de vista militar.

No por causalidad, todo esto corresponde al periodo de los denominados “emperadores adoptivos”. Dicho sea de paso, la interrupción de la práctica virtuosa de la adopción – que se estrenó debido a la intuición de Marco Coceyo Nerva – queda como una mancha imborrable sobre la figura de Marco Aurelio: el denominado “emperador filósofo”, cuyo heredero fue su hijo Commodo. No cabe duda que este elemento, junto a la denominada “Peste Antonina” que asoló el Imperio en la segunda mitad el Siglo II d.C., marcó el inicio de la decadencia del Imperio Romano.

Historia y Poesia, acontecimientos históricos y creacción artistica: en la obra de Santiago Posteguillo hay todo esto. Siempre extremamente documentado e historicamente riguroso, capaz de referencias literarias estupendas y siempre apropiadas: no solamente de historiadores (Dion Casio, Suetonio, Cornelio Tácito) sino también de poetas: Quinto Horacio, Valerio Catulo, Publio Virgilio, Valerio Marcial, Publio Estacio); nunca agobiando el lector con un sentido de escolástica pedantería: en realidad, todo esto concurre con coherencia en el dibujo de este fresco grandioso, donde caben la historia, literatura, vida diaria, evolución política y normativa de un grande y secular estado, desde la epoca republicana al imperio.

Destellos de creación poética, en episodios destacados de la narración: un gladiador (con una amargo historial de niño callejero) y su “cachorro”, el encuentro con una gladiadora, palabras como en un murmullo delicado que contrasta con la violencia de aquel mundo violento y despiadado (“nunca te haré daño”). El mejor lugarteniente de Trajano, Cneo Pompeyo Longino, que murió y fue sepultado en Dacia (verdad histórica): pero, al entrar finalmente en Sarmizegetusa Regia (capital de Dacia) encabezando sus tropas después de un largo cerco y durísimo combate, de repente la imagen de la Princesa Dochia vestida de blanco que reza sus dioses en el templo; y el comandante romano, impactado por la escena, que ordena a sus legionarios de quedarse parados (¡y silencio!) para que ella pueda terminar; o su posterior conversación, en el palacio, en una luminosa tarde donde el oficial romano y la culta princesa (que conocía el latín) hablaron de Roma y Dacia, de nostalgia y amor, y de Ovidio que aprendió a escribir en sármata durante su destierro en las orillas del Mar Negro: todo esto es componente de fantasía, es cierto, pero son páginas de una poesía muy delicada. Así como las lagrimas mudas en los ojos azules de la Princesa, al enterarse que Longino se está suicidando con honor (como en un ritual que lleva el recuerdo de la antiguísima práctica republicana de la «devotio»), para que Trajano – sin tener que preocuparse más por la salvación de un rehén – pueda  desatar toda su ira y venganza contra la trahición del Rey Decébalo; y todo encaja. Así como la dramática escena del intento de envenenar la emperatriz china con un tè: un grito de alarma en latín, en aquella tierra lejana, que alguien logra milagrosamente comprender; la sombra larga de la “Legión Pérdida” de Marco Licinio Craso en Carrhae (9 de junio 53 a.C.): siglos antes…

La Trilogíia es una lectura entusiasmante: puede, con una componente final de tristeza en el desarrollo de la narración en el tercer tomo: porque, en realidad, si al lector le cuesta dejar de leer, por otro lado él se da cuenta que el numero de las páginas que quedan por leer va reduciéndose implacabilmente…  


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