“Los siete pilares de la sabiduría” (1922-1926), de Thomas Edward Lawrence

de Stefano Basilico


Estudiando la historia, el redescubrimiento de un autor…

Un libro complejo, que engancha con la fascinación de un personaje único: enigmático y polifacético al mismo tiempo. La imagen de la portada trae el recuerdo de una lectura más antigua e igualmente apasionante, en la época de la escuela primaria: un libro de literatura juvenil con estupendas ilustraciones y la narración de la trayectoria y aventuras de Lawrence de Arabia; su llegada en Oriente Medio en un momento clave de la Primera Guerra Mundial y de la mismísima existencia del Imperio Británico, su intuición de una táctica de guerrilla con los guerreros autóctonos y luego dibujando una exitosa estrategia en sinergia con la acción de las tropas del general Allenby. El apogeo, con la épica toma de Áqaba: interpretando el desierto como un gigantesco tablero de ajedrez, llegando de donde nadie hubiera esperado verle llegar después de una atrevida y agotadora travesía.

Ahora la lectura de la obra original de Thomas Edward Lawrence (1888-1935) abre una nueva y más amplia perspectiva: un libro escrito como una novela, donde sin embargo caben al mismo tiempo por parte del autor emociones y recuerdos personales, sensaciones y evaluaciones políticas, elementos de sociología y economía. Acontecimientos bélicos, revividos a través del filtro de la memoria en los años posteriores al conflicto: donde una fase de crisis personal parece viajar en paralelo con una fase igualmente crítica de la vida del Imperio Británico, en el periodo entre las dos guerras mundiales.

Además, una lectura que se coloca en el marco de estudios y profundizaciones de la edad adulta: la Primera Guerra Mundial, es cierto, pero una Campaña Mesopotámica que se desarrolla en un fondo de siglos y milenios. Revisando las fuentes bibliográficas, de repente el recuerdo de una fotografía que sigue impactante; la rápida búsqueda del libro en las estanterías: la imagen de la caballería británica en Ctesifonte, en las orillas del Tigris, marchando rumbo al norte en el junio del 1915… La columna de las tropas ingleses desplegada justo al lado de una arqueología milenaria: Ctesifonte ha sido la capital de los Partos y Sasánidas, algo que lleva el recuerdo de antiguos combates, protagonizados por Marco Ulpio Trajano, Lucio Vero, Septimio Severo, Flavio Claudio Juliano.

Después de la Batalla de Ctesifonte del noviembre 1915, un sangriento empate entre Ingleses y Turcos, la campaña del general Townshend acabó con el desastre de la rendición de Kut: haciendo peligrar la estrategia militar de la Entente en su conjunto…

El Imperio Otomano en el bando de los denominados Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial. En este sentido, el episodio clave ha sido concretamente individuado en la acción de los cruceros alemanes SMS Goeben y SMS Breslau que, bajo el mando del almirante Wilhelm Anton Souchon, después de haber logrado escapar de la persecución de los buques ingleses y franceses a través del Mar Mediterráneo justo en vísperas del conflicto, acudieron finalmente a los Dardanelos para luego ser incorporados en la Marina Turca.

Todo esto es cierto, pero hay más: mucho más, y antes. La línea férrea a través de la península arábica representa el eje ideal donde se desarrolla la trayectoria bélica de Thomas Edward Lawrence, más tarde conocido como el legendario “Lawrence de Arabia”: en una serie infinita de incursiones y escaramuzas, dejando rieles torcidas, puentes destruidos y almacenes quemados, afectando así la seguridad de un arteria vital para los Turcos (comunicación y suministros). Sin embargo, este mismo ferrocarril es el símbolo de las profundas relaciones políticas y comerciales que ya anteriormente se habían establecido entre el Segundo Imperio Alemán y el Imperio Otomano. Según un principio estratégico novedoso, que aconsejaba construir ferrocarriles en lugar de trincheras o demás fortificaciones, ya en el año 1890 había sido construido el denominado “Ferrocarril de Anatolia” («Anatolische Eisenbahn»), a través de las actuales Turquía, Siria e Irak, cuya financiación e ingeniería fue provista principalmente por los bancos y compañías del Imperio Alemán.  

A partir de allí, en el año 1903 empezó a construirse el “Ferrocarril de Bagdad”, con el objetivo de llegar con esta línea al Golfo Pérsico: por un lado, el Imperio Otomano deseaba mantener el control de la península arábiga y expandir su influencia a través del Mar Rojo; por el otro, los Alemanes con una línea al puerto de Basora habrían obtenido un mejor acceso a las partes orientales de su imperio colonial, evitando el canal de Suez (bajo control británico).

Economía y diplomacia, guerra y política. El futuro control británico en el área del Oriente Medio, sellado después de los Tratados de Versalles y Sevrès, así como el orgulloso lema inglés de un mapa de África coloreado en rojo “desde El Cairo al Cabo”, tuvo una pieza clave en el papel de este oficial anticonformista y puede un poco visionario; capaz de sumergirse en la psicología de las tribus árabes, de compartir la vida y costumbres de los guerreros del desierto no menos que de hacerse aceptar por ellos: antes como un guerrero más, y luego digno de ser su comandante.

La lectura de las páginas de Lawrence de Arabia hace que el lector pueda revivir aquella atmósfera, participando idealmente a la que ha sido una fase clave no solamente de la Primera Guerra Mundial sino del denominado “Siglo Corto” en su conjunto.


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