Un día como hoy – 16 de marzo de 37 d.C., muere Tiberio, segundo emperador de Roma

Un día como hoy – 16 de marzo de 37 d.C., muere en Miseno (Nápoles) Tiberio Julio César Augusto, el segundo emperador de Roma.


de Stefano Basilico

“Uno de los más grandes, y difamados, emperadores de Roma”, según la interpretación de Concetto Marchesi (1878-1957), excelso latinista italiano.

Un personaje atormentado y complejo, no menos que unas de la figuras clave en la historia de Roma, aún más en la fase tempranera del Imperio. Un hombre esquivo y reservado, a quién le daba asco el servilismo y adulación, especialmente por parte del Senado: una postura que Cornelio Tácito – el máximo historiador de la literatura latina – definió estupendamente como ‹‹libido adsentandi››. Un anécdota, que es todo un paradigma; su pregunta, contestando a los senadores que propusieron dedicarle un mes del año:

“¿y que pensáis hacer, en el día en que llegaréis al decimotercero emperador?” 

No hubo respuesta, y el César dejó el Senado con una mueca de disgusto en la cara…

En realidad Tiberio, que había nacido en Roma el 16 de noviembre del 42 a.C., nunca quiso ser emperador, ni en principio fue el prevesible heredero de Octaviano Augusto: sin embargo, después de la muerte de los nietos de éste, fue designado su sucesor y por consecuencia nombrado emperador después de su fallecimiento (19 de agosto del 14 d.C.).

Tiberio había sido anteriormente uno de los más grandes generales de Roma, y queridísimo por sus legionarios, con quiénes compartía las durezas e incomodidades de la vida castrense y campañas militares: además, según relata Veleyo Patérculo, historiador contemporáneo y testigo en directo de los acontecimientos, enviaba su médico personal a hacerse cargo de los heridos en batalla, transportados luego con su mismísimo carro personal lejos del teatro de combate. 

En varias campañas – entre Panonia, Ilírico, Recia y Germania – sentó las bases de lo que posteriormente se convertiría en la frontera norte del Imperio: el denominado ‹‹Limes››, renano y danubiano. Concretamente, en lugar de embarcarse en costosas campañas en el extranjero, Tiberio intuyo la prioridad del consolidar los ‹‹claustra imperii››: con la construcción de defensas no menos que con el uso de la diplomacia y una política de rechazo de injerencia en asuntos de otros pueblos y monarcas.

A pesar de la tradición desfavorable que ha acompañado su figura a lo largo de los siglos, Tiberio pudiera ser recordado como un ejemplo de como reinar: desde luego, siempre es más fácil ser el “Padre de la Patria” y fundador del Estado, que ser la persona que tiene que gestionar su legado, cuidando su “creatura” en el crecimiento y desarrollo. 

Concretamente el logro más grande de Tiberio, póstumo, fue – muriendo – dejar un Imperio en condiciones tan excelentes (económica, social y militarmente hablando) al punto de poder permitirse atacar su memoria sin riesgo de dañar la solidez del Estado. En cualquier caso, cabe destacar que nunca fue objeto de ‹‹damnatio memoriae›› póstuma: algo que se ganaron Calígula, Nerón y Domiciano. 

Finalmente, tenemos que agradecer a Cornelio Tácito: que ha sido su gran acusador, es cierto; pero en los primeros seis libros de los Annales ‹‹ab excessu Divi Augusti›› (que ya en sí constituyen un auténtico monumento literario) nos restituye intacto el misterio de una personalidad compleja, amargada por la vida; el hombre, antes del César: un hombre que nunca jamás pudo olvidar a una esposa queridísima, de quién fue obligado a divorciar por razones políticas; un hombre que en vano buscó amistad y encontró solamente adulación, experimentando la soledad del mando; un hombre que en las noches de insomnio de la isla de Capri miraba el cielo y sus estrellas, intentando penetrar en el misterio del futuro y destino.

Y leyendo el tormento en el alma del César – en suspenso entre destino y ‹‹aruspicina››, libre albedrío y acción – Cornelio Tácito nos deja una reflexión expresando un arcano diacrónico, que llega incorrupto hasta nuestra época a través de los milenios:

‹‹Sed mihi haec ac talia audienti in incerto iudicium est fatone res mortalium et necessitate immutabili an forte volvantur›› (Annales, VI, 22).

[Mas cuando oigo estos y semejantes casos, no me atrevo a juzgar con certidumbre si las cosas de los mortales son gobernadas por el hado y necesidad inmutable, o por accidente y caso fortuito]


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